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VIAJE AL ALGARVE 2004




El cielo gris le daba al primer dia un aire de viaje pasado por agua que nos resultaba muy familiar. Es lo malo de viajar en Septiembre. Lo bueno es que ya no hace tanto calor y hay menos turistas. Aunque la verdad es que después de dos años en los que practicamente no habíamos viajado, todo nos resultaba al mismo tiempo familiar y diferente. La moto, las maletas, el equipo, todo era como siempre, esta vez los que habiamos cambiado eramos nosotros...





O al menos eso parecía los primeros kilómetros de autovía, que se nos hacían eternos. Hasta que subimos a la meseta y cambiamos a una de esas nacionales manchegas con muy poco tráfico. El viento se llevó las nubes una vez pasado Albacete. Paramos a comer en las Lagunas de Ruidera, en un pésimo restaurante... de cuyo nombre no quiero acordarme. Las lagunas no las conocíamos y nos sorprendieron mucho, con sus diques y cascadas naturales. Es toda una sorpresa encontrarse algo así en medio de un terreno tan seco.


Volvimos a la autovía por Despeñaperros, intentando recuperar el tiempo que habíamos perdido en las lagunas. La primera noche la pasamos en Andújar. Nos gusta Andalucía, los pueblos, los bares, el salmorejo, la zurrapa para desayunar... También llama mucho la atención la cantidad de monumentos que hay por todos lados, está claro que el pasado de estas tierras fue económicamente mucho mas brillante que en nuestro Castellón.


De camino a Portugal, nos costó un poco encontrar la playa del Rompido, parecía que ya llegábamos después de cada curva, pero no acababa de aparecer. Paramos a comer en un restaurante con terraza, pero nosotros nos quedamos dentro, en un rincón, intentando ver algo de las carreras de motos por la tele. El ambiente era típico del sur con camareros corriendo de un lado a otro y dando gritos, el encargado asegurándonos entre ida y venida que la tele seguro que empezaba a verse bien cuando se calentara y la barra del bar llena de entendidísimos de las carreras haciendo sus pronósticos. Comimos muy bien y además estuvimos entretenidos.








Tavira fue la primera oportunidad que tuvimos para probar nuestros progresos con el portugués. Creyendo que no tendríamos problemas para entender y hacernos entender, la vez anterior que estuvimos en el país no nos preocupamos por aprender nada del idioma, pero fue un error. Esta vez los dos dias que le dedicamos al librito tipo “hable portugués en 10 días” antes de empezar el viaje dieron buen resultado, facilitándonos mucho la comunicación. Además fuimos mejor recibidos que cuando sólo hablábamos castellano, lógicamente.

















Encontramos una mujer que alquilaba una casa en la parte alta, con sitio para guardar la moto. Nos gustó el ambiente de la ciudad, es bonita y agradable para hacer turismo pero sin masificaciones. Las calles tienen el típico aire portugués, medio descuidado y melancólico. Muchas casas tienen la fachada cubierta de azulejos pero la mayoría son blancas, normalmente con los marcos de las puertas y ventanas pintados de azul. La calzada y las aceras estan adoquinadas, estas últimas con cierto criterio estético, lo que provocaba una situación bastante curiosa; el encargado de volver a poner las piedras en su sitio después de hacer cualquier tipo de obras en las aceras debía de estar sobrecargado de trabajo, o directamente de vacaciones, porque estaba toda la ciudad llena de montoncitos de piedras al lado de obras ya acabadas esperando que alguien las volviera a colocar artísticamente en su sitio.



Decidimos quedarnos dos noches en Tavira y darnos una vuelta también por las sierras de Caldeirâo y Malhâo, hacia el interior. A principios de verano hubieron incendios por la zona, pero no esperábamos encontrarnos con tanto destrozo, kilómetros y kilómetros de bosque muerto, negro y con olor a ceniza. Recorrimos buena parte de la sierra con la esperanza de encontrar zonas que se hubieran salvado, sin éxito. Al volver a Tavira, la dueña de la casa nos confirmó que estaba todo el interior del Algarve quemado, también la más occidental sierra de Monchique donde pensabamos ir a continuación. Al surgir el tema todo el mundo mostraba resignación, culpando de todo el desastre no nos quedó muy claro si a la dejadez, los intereses económicos o la mala suerte.





No nos interesaba mucho la zona mas turística del Algarve, entre Faro y Lagos, así que nos fuimos hacia el Oeste con una breve visita a la playa de Carvoeiro para conocer por lo menos el ambiente. La siguiente parada era Sagres, con su fortaleza y el cabo San Vicente. Era una parada casi obligatoria por su situacion geografica en el extremo sud-oeste peninsular y europeo. Supongo que para un nordico debe tener un significado parecido que para un español llegar a Cabo Norte. Pero en realidad fue bastante decepcionante. Sagres mas que un pueblo parece varios grupos de casas desparramadas a lo largo de la carretera sin mucho orden ni gracia. La “fortaleza” consta unicamente de una muralla frontal, una especie de fachada, ya que los acantilados hacen de muralla natural hacia el mar y no hay ningun tipo de construccion por los lados. Además, al estar pintada de blanco y ser una mole plana, de lejos tiene mas pinta de hipermercado que de fortaleza. Y el cabo es espectacular, con impresionantes acantilados, pero los chiringuitos y autobuses de turistas típicos de cualquier lugar de peregrinación turistica le quitaban buena parte de la gracia.


























Por suerte bastó alejarnos unos metros de allí para que la costa se convirtiera en lo que esperábamos, una sucesion de acantilados que a modo de rompeolas daban cobijo a solitarias y a veces inaccesibles calas. Bordeando el Atlántico hacia el Norte llegamos a Carrapateira, un pequeño pueblo rodeado de inmensas playas de arena y dunas.










Después de dar unas cuantas vueltas preguntando de un lado a otro, encontramos a una simpática mujer que alquilaba cuartos para dormir en una casa situada en lo alto del pueblo, desde donde se veía perfectamente todo lo que ocurria en la plaza y alrededores. El ambiente era muy curioso ya que cerca de la mitad de los “habitantes” eran surfistas que vienen a disfrutar con el enérgico oleaje de la zona. Se veía mucha furgoneta Wolkswagen, rastas y musica de Bob Marley por la calle. La gente del pueblo nos comentaban entre orgullosos y asombrados que algunos venían de muy lejos a hacer surf en sus playas. Las dunas llegan casi hasta el pueblo, ya cubiertas de vegetación, y se van deshaciendo hasta llegar al mar, situado a unos tres kilómetros. Pasamos un buen rato en la playa, hasta que anocheció.









El paisaje va cambiando hacia el norte de Carrapateira, los arbustos se van convirtiendo en árboles y bosques que rodean la carretera. El camino de vuelta a España lo hicimos por el Alentejo. Poco a poco nos fuimos separando de la costa, con resultados parecidos a los de nuestro país, montañas suaves, menor densidad de pueblos y mayor densidad de castillos y fortalezas. En conjunto es muy agradable, a los dos nos apetecían estos espacios abiertos después de tanto acantilado y carretera retorcida.








Paramos a dormir en Serpa, un pueblo poco turístico, con el centro amurallado. Lo que tenía que haber sido un tranquilo paseo por la morería fue en realidad bastante entretenido gracias a un “perrito muy simpático” que se empeñaba en perseguirnos por todas las callejuelas. En un principio no le hicimos mucho caso, pero cuando creíamos la batalla ganada tuvimos que abandonar su territorio al conseguir el animalito refuerzos que le apoyaran en su lucha contra el invasor...








El día siguiente fue el último que pasamos en Portugal. Por la mañana nos acercamos a la frontera bordeando el enorme embalse de Alqueva, el mas grande de Europa en superfície. Hace poco que acabaron de construirlo y se notaba que aún no acaba de cuadrar en el paisaje. El terreno es bastante suave, en forma de colinas dispersas y el embalse se cuela entre ellas, dejando masías aisladas en pequeñas islas y caminos cortados. Era curioso el paisaje en el pueblo de Estrella, prácticamente engullido por el agua.


Fue una mañana de visitar pueblos coronados por espléndidos castillos y fortalezas, la mayoría construidos para defenderse de los españoles. Nos gustó especialmente Monsaraz, una aldea fortificada a ocho kilómetros de la frontera, con estrechas y bien conservadas callejuelas, en la actualidad dedicada al turismo tranquilo. Subimos al castillo y descubrimos que el patio había sido convertido en plaza de toros!










Dormimos ya a este lado de la frontera, en Zafra. Ciudad monumental, con buen ambiente y buenos bares, fue el lugar perfecto para la última noche de nuestro viaje. Por la mañana cargamos las maletas de jamón y embutidos ibéricos antes de volver hacia nuestro Mediterráneo.



Ha sido un viaje tranquilo, reposado y cargado de buenas sensaciones, que nos ha servido para desconectar de todo durante una semana y conocer mucho mejor nuestro país vecino. También nos ha permitido reconciliarnos con nuestra conciencia motera, que andaba un poco maltrecha estos últimos años.






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