Ir al contenido principal

VIAJE A TURQUIA 2002



La idea de ir a Turquía en moto surgió hace bastante tiempo, aunque siempre acababa echándonos para atrás la cantidad de kilómetros que suponía el viaje. Teníamos muchas ganas de conocer este país medio europeo, medio asiático, un país musulmán con un gobierno de carácter laico y con aspiraciones de formar parte de la Unión Europea. Y por fin el verano de 2002 nos decidimos a ir. En principio nuestra idea era visitar Estambul, aunque según ibamos recogiendo información cada vez teníamos más ganas de ver otras zonas del país. El problema como siempre iba a ser el tiempo, disponíamos tan solo de tres semanas, una para llegar, otra para recorrer el país y otra para volver. Así que al final tuvimos que dejar Estambul y el este del país para otra ocasión y así tener más tiempo para saborear con tranquilidad la costa del Egeo, la Capadocia y otras zonas del interior.




 Para evitar los meses más calurosos y turísticos decidimos dejar el viaje para las tres últimas semanas de septiembre. El verano se nos hizo eterno pero al final todo llega y cuando nos dimos cuenta estábamos Gemma, nuestra BMW R1100GS y yo rumbo Turquía. El recorrido que teníamos planeado era atravesar el sur de Francia, Italia de punta a punta, coger el ferry de Brindisi a Igoumenitsa y atravesar el norte de Grecia hasta Turquía.

Teníamos cuatro días para llegar al ferry que nos llevaría a Grecia, así que en Francia e Italia nos entretuvimos poco y nos limitamos a hacer kms por autopista y procurar gastarnos el mínimo dinero posible. Por cierto en estos paises nos sentimos menos extanjeros que nunca con el euro, el aserejé y la operación triunfo arrasando en tv...











El 11 de Septiembre embarcábamos rumbo a Grecia. Aunque no habíamos visto ninguna moto por el muelle de embarque ni en las bodegas, en el bar del ferry coincidimos con Peter y Carol, una pareja de canadienses que se habían tomado un año sabático para dar la vuelta al mundo en una R80RT. Nos contaron que habían empezado recorriendo Europa para pasar a Asia y de allí a Australia. Debe ser genial poder dedicar todo un año a viajar por el mundo!

En Grecia dejamos por fin las autopistas y nos empezamos a tomar las cosas con más calma. Como teníamos previsto, atravesamos el pais por la zona más montañosa del norte, cerca de la frontera albana. El idioma y, sobre todo, el alfabeto nos complicaron un poco las cosas al principio, aunque en seguida los griegos consiguieron que nos sintiéramos como en casa. La cocina griega fue una sorpresa muy agradable, en especial el satsiki, las ensaladas con feta y los souvlakis (pinchos).







El primer día fuimos a ver el monasterio de Vicos, construido al borde del cañón del mismo nombre. Mientras volvíamos de la caminata el cielo se cubrió de nubarrones y poco después empezó a caer una lluvia intermitente que nos acompañaría durante unos cuantos días. Paramos a dormir en Konitsa. Mientras dábamos vueltas buscando algún hotel o domatia donde quedarnos, apareció un chico montado en uno de los curiosos ciclomotores griegos con sonido de moto “gorda” (unos 100cc y motor monocilíndrico de 4t) y nos llevó al restaurante-domatia de su familia. Resultó que también eran moteros, así que además de arreglarnos un buen precio para la habitación, tuvimos tema de conversación durante la cena.

Al dia siguiente paramos a comer en Kastoria, una agradable ciudad construida al borde de un lago donde se podía ver algunos pelicanos. Como no paraba de llover, abandonamos la idea de visitar los lagos de la frontera con Albania y Macedonia y nos dirigimos directamente a Edessa, ciudad donde pensábamos dormir esa noche. Esta ciudad situada al final de las montañas es conocida por las cataratas que forma el agua al caer hacia las llanuras. Después de cenar nos tomamos un café griego acompañado de un vaso de ouzo y fuimos a ver las cataratas a la luz de los focos antes de volver al hotel.

Tras atravesar las llanuras de la Tracia griega llegamos por fin a la frontera turca. Había bastante cola de camiones, pero por suerte nosotros no tenemos que esperar tanto y vamos directamente a las oficinas. Después de una media hora de papeleos, pudimos comprar los visados que nos permiten atravesar el puente sobre el rio Evros hacia Turquía.





La primera parada la hicimos en Gelibolu desde donde pensábamos atravesar el estrecho de Çanakkale en ferry. Nada más entrar al pueblo nos encontramos con la celebración de una boda en la calle. Rodeadas de la familia, la novia con otras mujeres estaban bailando danzas locales. Junto a ellos, al lado de los músicos, se encontraban dos camionetas llenas hasta arriba con el ajuar. Y los vecinos mientras tanto seguían toda la ceremonia asomados al balcón.

Paramos a comer en una pideci (pizzeria turca) cerca del puerto. Como no hablan absolutamente nada de inglés, nos acercamos a la cocina para indicarles por señas que queríamos dos pides que tuvieran de todo pero que no fueran iguales. Pero después de diez minutos de intentarlo lo único que conseguimos fue que nos trajeran dos pides idénticas de tomate y queso! La verdad es que a base de ponerles kilos de paprika estaban bastante buenas y toda la comida nos costó sólo 2 euros.




A pesar de que el mar estaba picado, en el transbordador no consideraron necesario amarrar la moto así que me tocó quedarme junto a ella vigilándola durante la travesía. Tras un cuarto de hora de meneos llegamos a la otra orilla y pisamos por primera vez suelo asiático bajo una suave lluvia. La carretera que nos lleva hacia el sur estaba tan bacheada que nos obliga a circular muy despacio, aunque a cambio nos proporciona bonitas vistas de los Dardanelos, el estrecho que separa los dos continentes.

En medio de una fuerte tormenta y a través de una estrecha y retorcida carretera de montaña llegamos a Behramkale (Assos), donde pasaremos la primera noche. La pensión en la que dormimos, siguiendo la tradición turca, estaba cubierta de alfombras y para no estropearlas tuvimos que dejar fuera las botas, cazadoras y guantes mojados. Tras encontrar una habitación que no estuviera encharcada por las goteras, nos cambiamos y esperamos a que pare de llover para visitar el pueblecito y los restos del templo de Atenea en la cima de la colina que domina el pueblo. Al dia siguiente, tras un magnífico desayuno turco a base de queso fresco, pepinos, tomates, olivas, tostadas con mermeladas y miel y huevos revueltos con paprika bajamos con la moto a visitar el puerto. El sitio es muy pintoresco, rodeado de montañas y todas las casas de piedra.






Ese dia seguimos rumbo sur hacia Selçuk. Por primera vez en todo el viaje repetiremos noche en el mismo sitio, para poder visitar las ruinas de Efeso tranquilamente al día siguiente y tomarnos un descanso. Antes de llegar a Esmirna nos encontramos con una impresionante tormenta que nos obliga a parar en una gasolinera para resguardarnos. Después de informarse de quién éramos, de donde veníamos, dónde íbamos, etc, el dueño de la gasolinera me dice que él también tiene una BMW, del año 1940. De la pobre moto sólo quedaba el chasis y la tenían medio abandonada en un garaje encharcado por la lluvia. También me enseñaron el motor que tenían desguazado en un taller cercano, a la espera de ser resucitado algún día. Al cabo de casi una hora paró de llover y pudimos continuar el camino bajo un sol que ya no nos abandonaría en todo el viaje.







Efeso fue la capital romana del asia menor hasta que su puerto fue inutilizado por los lodos que vertía el rio Küçük en su desembocadura. Las famosas ruinas son muy interesantes y espectaculares, aunque están colapsadas por autobuses de turistas de todo el mundo, especialmente americanos y japoneses. Camino a la Capadocia también visitamos Pamukkale, lugar famoso por las piscinas naturales en terrazas blancas de cal, actualmente sin agua... Los turistas que acuden a visitarlas se tienen que conformar con un corto recorrido en fila india. Hace ya algunos años que prohibieron bañarse en las deterioradas terrazas, en las que actualmente se realizan trabajos de restauración.





Esa noche dormimos en Egidir, un pueblo situado a orillas del lago del mismo nombre y rodeado de montañas. Para desayunar fuimos al colorista mercado local donde compramos fruta y paprika. El resto del día lo pasamos en la carretera por zonas cada vez más desérticas hasta llegar a la Capadocia. Como casi todos los días paramos a comer en un pueblecito que atravesaba la carretera.Vale la pena parar en estos lugares apartados, donde puedes conocer la cara menos occidental del pais y comer cocina local. La comida turca es muy picante. La gran protagonista es la paprika. A parte de alguna ensalada o sopa, las comidas consisten sobre todo en platos de carne asada muy especiada (kebab), especialmente cordero, acompañada de pilaf (arroz blanco). Lo que más nos gustó fue la mangalda, que consiste en trozos pequeños de carne y veduras cocinados y servidos en una plancha metálica redonda. Muy picante, por supuesto.












Hicimos dos noches en Göreme para tener un día entero para recorrer toda la Capadocia. A pesar de que hay mucho turismo, en moto siempre puedes encontrar zonas donde disfrutar del paisaje sin autobuses de turistas haciendo fotos. Y vale la pena, está todo lleno de casas, iglesias, ciudades subterráneas y fortificaciones escavadas en la roca volcánica, a parte de los mágicos valles lunares y las chimeneas de hadas. Buscando un caravasar en las cercanías de Avanos nos metimos por un pequeño pueblo en el que había indicaciones de una kilise (iglesia bizantina escavada en la roca). Cuando llegamos al sitio, nos encontramos con unos chavales de unos 16 años que habían decidido cambiar un día de instituto por una barbacoa en el porche de la iglesia. A pesar de la desconfianza inicial, enseguida se vuelcan con nosotros y establecemos con ellos un curioso lenguaje basado en una mezcla divertida de gestos, turco y catalán... Después de recorrer todos los huecos y pasadizos del edificio con los tres guías de excepción y hacernos unas fotos juntos, acabé subiendo a todos a la moto para darles unas vueltas por la zona. Desgraciadamente tuvimos que rechazar la invitación a quedarnos a comer con ellos ya que aún nos quedaban muchas cosas por ver ese día.








Estuvimos recorriendo las carreteras y alguna pista de los alrededores hasta el anochecer. Justo antes de ponerse el sol paramos en Mustaphapasa, el lugar más alejado de casa de todo el viaje. Aunque aún nos quedaban unos cuantos días y kilómetros por recorrer antes de llegar a casa, nos sentíamos un poco tristes por tener que iniciar ya el retorno. Cuando volvíamos a la moto, apareció una F650GS cargada hasta los topes que paró junto a nosotros. Se trataba de una pareja de belgas (bueno, flamencos...) que venían del este de Turquía y estaban buscando sitio para dormir. Estuvimos un rato charlando y nos contaron que por su trabajo disponen de seis meses al año para viajar y que han recorrido todo el continente americano, Africa, Asia,... en fin, el mundo entero en moto!









Cuando salimos del pueblo ya era de noche y nos dimos cuenta de que no funcionaba la luz corta. Nos tocó volver al hotel con la larga puesta y cambiando a la de posición cada vez que nos cruzábamos con alguien. Mahmud, el recepcionista de la pensión, es también motero y cuando me ve desmontar cosas se arrima en seguida. Esa mañana me había estado contando que iba a hacerle el reglaje de platinos a su Jawa y todos los inventos que tenía. Como no llevo repuesto le pregunto si sabe donde conseguir una lámpara como la mía en el pueblo y con una sonrisa se la mete en el bolsillo y desaparece con su moto.

Mientras tanto se nos había acercado un alemán a curiosear y después de hacer las preguntas típicas, nos cuenta que él también ha venido en moto, una R 80 GS, con la que piensa llegar a Sudáfrica. Después de ponernos los dientes largos con sus planes quedamos en vernos más tarde para cenar. Al rato aparece Mahmud y saca del bolsillo, enrollada en papel, una lámpara idéntica a la mía. Dice que la tenía por casa y que me la regala, que a él no le sirve. Tras comprobar que todo funcionaba bien, con un gesto parecido al de un árbitro de fútbol sacando una tarjeta se mete la mano en el bolsillo de la chaqueta y me regala otra lámpara igual para que tenga de repuesto!

El restaurante donde nos encontramos con el alemán es un sitio animado con música típica en directo, cubierto de alfombras y con cojines para sentarse en el suelo. El dueño es un espectáculo que no paraba de animar a todos los clientes a bailar con él. Desgraciadamente algo me sentó mal en la cena y no tardamos mucho en volver al hotel.





Al día siguiente me encuentro fatal, con algo de fiebre, y me duele todo el cuerpo. Pero teníamos que continuar y ese día nos hicimos unos 700 kms para llegar a Safranbolu, donde teníamos que pasar nuestra última noche en Turquía. El pueblo está declarado patrimonio de la humanidad debido a su centro antiguo, formado por típicas casas otomanas construidas en madera. El hotel donde nos quedamos a dormir era una de ellas, restaurada y cubierta de alfombras así que de nuevo nos tocó dejar las botas fuera. El “garaje” para la moto es un corral situado justo en frente del hotel, custodiado por unos pavos enormes. Las callejuelas del pueblo están llenas de pequeñas tiendas donde se puede comprar artesania local, sobre todo madera tallada y textil. Aunque me seguía encontrando débil y la cosa no mejoraba, decidí dejar la recuperación para otro día y aprovechar nuestra última cena turca, de nuevo a base de picantes...





El domingo teníamos previsto hacer unos 600km para dormir en Grecia. A media tarde volvíamos a entrar en Europa vía Estambul y continuamos por la autopista que bordea la costa hasta que nos tuvimos que desviar para seguir por nacional hasta Ipsala, la frontera con Grecia. Fue sin duda el tramo más peligroso de todo el viaje. De frente teníamos una cola inacabable de coches de vuelta a Estambul después del fin de semana que no dudaban en adelantar cuando de cara solo les venía una insignificante moto. Por si fuera poco, el arcén era impracticable y el fuerte sol de cara no me dejaba ver nada... Por fin, después de unos cuantos kms de mucha tensión, llegamos a la frontera cuando anochecía. La tranquila autopista gratuita que nos esperaba al otro lado nos leva a la turística Alexandroupolis donde pasaremos la noche.






Nos quedaban dos noches más en Grecia antes de coger el ferry, así que podíamos hacer un poco de turismo antes de volver a las autopistas italianas. La primera noche la pasamos en Litochoro, un pueblo situado en la falda del monte Olimpo. El tiempo ha vuelto a empeorar y las nubes no dejan ver la cima del monte mítico, aunque el pueblo vale la pena por su ambiente montañero. Yo ya me encuentro mejor y para celebrarlo nos damos una buena cena en un restaurante de la plaza principal acompañada de una botella de retsina, un vino local al que le añaden resina que le da un sabor y textura especiales.








La última noche en el país la pasamos en Metsobo, otro pueblo montañero, situado junto al bonito puerto de Katára, el más alto de Grecia. Prácticamente no llueve pero sopla un viento muy fuerte que está a punto de tirarnos al suelo un par de veces mientras atravesamos el puerto. En el pueblo hay muchos hoteles y tiendas con productos típicos, sobre todo pieles, madera tallada y quesos. La mañana siguiente la aprovechamos para dar una vuelta por el fotogénico pueblo rodeado de verdes montañas.




Para ganar tiempo hicimos de noche la travesía en ferry de vuelta a Brindisi. Esta vez atravesamos Italia por las autopistas del Adriático en vez de las mediterráneas que utilizamos a la ida. Aunque es un poco más caro vale la pena porque están mucho mejor. En tres días hicimos los 2400km que nos separaban de casa.

En resumen, han sido tres semanas increíbles. Lo mejor sin duda ha sido la gente que nos hemos encontrado, sobre todo en Turquía. Lo peor, como siempre, el poco tiempo de que disponíamos y que nos ha impedido llegar al este de Turquía, entre otras cosas. Aunque así tenemos excusa para volver... 
















 

Comentarios